20070904









Euba



Yo creía que nadie iba a beber a los chinos. Mucho menos a uno que quedara en Montalban III. Al menos nadie que yo conociera se acercaba a un restaurante chino a caerse a cervezas. Claro, luego supe que había unos que llegaban a los chinos del Euba,- sobre todo gente que vivía en la zona- y que buscaba cerveza baratas cerca de la universidad. Pero eran más bien pocos. La gente prefería irse a Birras, o a El León, o los que eran intensos a El Naturista. Típico, existían los bares clásicos a donde iba la gente: El Cordon, la Belle Epoque, y esos. Pero esos eran para más tarde.

Esa noche llegamos todos los del teatro luego de una función. A eso de las ocho. Ya estaban Gaby, Omar, Merlyn, y Leo. Yo venía con Thaís, Jesús Ernesto, y no sé quién más en ese carro rojo y destartalado donde no cabía más gente. Jamás había estado en ese lugar pero eso no me importaba. Era el último día de función y además habíamos tomado canelita en la cabina del teatro. No sé quién llevó la botella pero yo tomé. Y fumé. Estaba emocionada, marica, lo que sea. Cuando llegué al estacionamiento del Euba quería que todos supieran que yo había llegado y que estábamos felices. Me dio por gritar.

¡Gaby puta!; ¡Gaby puta! ; ¡Gaby puta!

No se. Yo se que Gaby no era ninguna puta, pero me dio por ahí. El asunto es que Gaby me miraba con los ojos que le saltaban y algunos se morían de risa. ¿Puedes creer que cuando llegamos al local de chinos eso estaba full? Y nosotros que éramos como veinte terminamos de llenarlo.

Una ronda de cervezas y otra ronda y otra ronda de rondas. Hablábamos o, mejor, gritábamos cualquier tipo de cosas, y en algún momento Leo sacó un casette de esos que ponen en las fiestas. Esos casetes de Leo con las mismas canciones de Hector Lavoe. Y nos pusimos a bailar. Creo que toda la culpa la tuvo la ronda de tequilas que pidió Gaby. Esa ecuación acabó con todos nosotros: Tequila + Birras + Hector Lavoe = ¿Chinos?.

En algún momento salimos del local y nos fuimos a un estacionamiento en el mismo Montalbán III. Ya no podíamos pedir tequila, ni más birras, pero de uno de los carros seguía saliendo la maldita voz de Hector Lavoe. Tuvimos que morir con una horrible botella de pasita. Las luces del estacionamiento eran como platillos voladores que venían por nosotros en un campo deshabitado. Creo que era demasiado todo. A esa hora. Tan lejos.