20060414



















City Girl





Esta noche es una de esas. Cuando sales a la calle y las luces te ciegan. Y solo distinguiendo colores difusos y contornos de calles que se pierden en el tiempo del pavimento: caminas. Caminas y te sientes eterna. Caminas y sabes que todos te miran. Caminas y todo es nuevo y luminoso. Caminas y sientes que todo desaparecerá en pocos minutos. Caminas y sabes que a lo mejor la tierra está temblando a cada paso que das.

Te sientes gigante, eterna. Te sientes como en ese video de los Rolling Stones donde ellos pasean por media Manhattan siendo cien, mil, dos mil veces ellos. Los Rolling Stones son gigantes en ese video clip. Gigantes que caminan por la ciudad y te dicen que el amor es fuerte, pero tú, tú preciosa, tú eres tan dulce.

Tienen razón.

Yo soy dulce.


Entonces, salgo a la calle. Me siento tan extranjera, tan otra cosa. Muy Sofia Copolla, muy Tokio Blues, muy Satori Time. Y quisiera realmente que todos desaparezcan para mirar en paz la vitrinas llenas de cosas que no me interesan. Y saber que ese señor que pasa a mi lado, al igual que el que maneja aquel automóvil, y la señora que mira con envidia mi espectacular atuendo son la misma persona.

Son Nadie.

Así me siento en noches como esta.


¿Alguien me obsequia un cigarrillo?

¿Están, realmente, listos para mi?

20060411














Hielo




Lean esto: tiene que ver con algunas boberías que escuché la otra noche en un bar donde mi amiga Marianne, alias Avest, alias Gigante Verde, debe 150 mil bolívares.

Comentario estúpido 1: ¿Han naufragado alguna vez desde su propio trago?

Comentario estúpido 2: ¿Han visto el color del sol adentro de sus pupilas?

Comentario estúpido 3: ¿Recuerdan mirarse nadando lejos, hondo, hacia el cansancio profundo de sus piernas, sobre una marea salvaje que miente antes de tragarnos, de devorarnos, delante de nadie, excepto nuestra propia soledad?


Estas especies de preguntas domingueras y otra sarta de estupideces que no pude entender mientras me bebía mis traguitos de colores hermosos, muy buenos del Columbine, eran lanzadas al aire por Erns, mi pequeño amor amadísimo, y un tal Ricardo Riera que se apareció como un fantasma que salía de la cocina oliendo a humo blanco. Este tal Ricardo era altísimo. Yo lo vi y sonreí, como siempre hago cuando conozco a alguien, ellos parecieron -o simularon- no prestarme mucha atención. Yo seguí concentrada en la música del bar -Roxy Music- y en mi vaso de vodka electro glam. La noche, la verdad, no tuvo mayores incidentes que un borracho asqueroso que se encerró durante más de 40 minutos en el baño.

Ricardo comenzó a hablar de toros y de equipos de fútbol, o al menos eso creí escuchar, y luego de los jamones, o de cómo los jamones se habían introducido en las culturas "como todo lo europeo" decía Ricardo, y terminó hablando de gorilas, de trasatlánticos, de la Guerra de los mundos, la Guerra de las galaxias y el Titanic. Y escupió cuando yo dije que Leonardo Di Caprio me parecía atractivo.

Hoy vi esta imagen y me acordé de ese domingo de Iceberg, de las preguntas que nunca entendí y de los 150 mil bolivarillos que debe mi amiga. Y, por supuesto, de mi trago de colores que fue lo mejor de la tarde. Y entonces me reí pensando en la estupidez de naufragar en un trago y sentirse sólo. En esta foto, Yo soy como el sol. De eso estoy segura.

20060410














Naked Mariachi



¿Es estar desnuda suficiente para sentir la libertad? Yo creo que no. Y creo que hay muchas personas feas. Unas muy altas. Otras más bien rechonchas y con las carnes que les cuelgan. Y hay otras también, que sin ningún pudor, salen a exhibir su belleza con el arte contemporáneo como excusa. Yo me encuentro dentro de estas últimas, pero no hablo de ser libre. Eso es una estupidez. Es algo que se gana porque se posee. No se nace con eso. Esto -lo mío- es exhibicionismo. Es frescura. Es una reacción. Pero no es como la belleza, de la que hablaba. O la clase. Y yo -también lo he dicho antes- tengo clase.

Eso fue lo que traté de explicarle a mi papá -ay qué ladilla- pero el muy burro sólo hablaba de la verguenza que le hice pasar, de las lágrimas que derramó por mi culpa, de su frustración, de su amigo Jack en el trabajo de la trasnacional, quien al parecer le dijo que había unos fotos de Caracas donde salían unas niñas desnudas con las que él se masturbaba, y entonces vino la debacle porque ahí estaban mis tetas perfectas, mis nalgas delienadas enmarcando la mirada de Simón Bolívar, y quién no va a mirarme si yo soy la más bella y ya, y de seguro Jack, el destripador de la trasnacional donde labura el viejo, no me reconoció, pero metió la pata al pensar en mí y tocarse sus partes flunflis horrendas, y decirle a mi papá y mostrarle al menos 25 fotos (todas, pero todas, las imprimió y me las mostró, yo salgo en 4 por culpa de los morbosos fotógrafos). Y ahora el muy perro de mierda (uy, cómo lo udio) me quitó la tarjeta de crédito; y eso que acababa de chocar el carro regresándome de la aburrida foto de Tunick.

Sí, otro choque. ¿Y quieren saber qué es lo peor? ¡¡¡Que me chocaron unos mariachis!!!.

Los muy burros debe ser que venían tocando sus trompetotas, medio borrachos de alguna fiestecita de la noche anterior, todavía uniformados, y yo pensando en lo horrenda que era cierta gente que se desnudó en lo de Tunick, y ellos en lo desafinada que era su vida, y los imaginé desnudos también a ellos, después del golpe, bajándose de su furgoneta anaranjada óxido y cantándome cielito lindo con sus ridículos mostachos de juguete. Estaba muy molesta, me llegaron por un costado, en mitad de la autopista, y yo preferí ocultar lo del choque hasta la semana pasada cuando mi papá llegó de viaje, hecho una furia, no sólo porque su hija "se había desnudado en público para sentirse libre" sino porque su mejor amigo era un imbécil que se masturbaba a costillas mías.

Yo no tengo la culpa, papá, qué ladilla, y no me desnudé para sentirme libre, le dije. Y le di la espalda, y me fui riendo a mi cuarto a jugar con Fresa.